Era de noche en Tulancia. Llegaba el buen tiempo y el cielo estaba claro y estrellado. Por esas fechas, cuando la Dra. di Forbole acababa de hacer el recuento de embriones de pollo de los jueves, le gustaba salir, tumbarse en el cesped de las facultad y mirar las estrellas sin más. A veces tenía momentos de ese tipo, de desconexión, en los que ni siquiera pensaba en el sexo (aunque luego lo negara), y entonces comenzaba a pensar en todos los misterios, y también soñaba que se iba al pais de nunca jamás...
Esa noche un chino bastante extraño, que se hací llamar Feng Sui y que trabajaba en la casa de Manuelo Parisio, había quedado con ella para venderle la fórmula magistral de un misterioso cocktail azul, secreto de sus antepasados, que podía hacer vomitar a todo aquel que lo probara. La Dra. di Forbole no podía esperar ese momento.
Por otro lado Maddalena Eufrasia se encontraba recogiendo el Aula de Habilidades, donde solía quedarse hasta tarde practicando su misterioso experimento con grillos de Nigeria. Cuando los grillos se emocionaban demasiado, tanto que la Dra. di Fórbole se sentía en pleno verano en plena hierba, Maddalena Eufrasia tenía que decirles:
-Calma grillos, recordad que estamo bajo advertencia del capitan Prince.
No sabía lo que significaba, pero acto seguido los grillos se calmaban, así que lo usaba descontroladamente.
Harta de tanto grillo salió a pasear en la noche, y tropezó de pronto con alguien, que derramó un líquido azul sobre ella al chocarse. Trató de sacudirse el vestido, y por eso no se dió cuenta hasta el final de que el que había derramado el líquido sobre ella era uno de los protagonistas de su peor pesadilla, uno de esos que la raptaba y la obligaba a tocar la flauta de por vida: un chino. Sin embargo, no sintió miedo, y eso la extrañó.
Por otro lado, Feng Sui se sintió supersorprendido: normalmente su misterioso cocktail hacía reaccionar a la gente al entrar simplemente en contacto con la piel, y a Magdalena Eufrasia ni siquiera le hizo suspirar. Por fin había encontrado a la chica ideal.
Se miraron con ojitos durante unos instantes, bajo la sestrellas, y después se fundieron en un casto beso, el beso del palmero, y tuvieron una conversación sobre pecado que nadie entendía, y aprovecharon la conversación para darse miles de besos más.
La Dra. di Forbole, experta en relaciones, la verdadera cupido del lugar, lo había planeado todo para que se encontraran. Esa noche dormiría tranquila... a ser posible en una cama de un metro de altura.
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