La Dra. di Forbole estaba totalmente emocionada. La verdad es que ya estaba harta de que todo el mundo estuviera en el ajo del misterio y ella andara por allí como una secundaria de lujo. Gracias a los vapores mágicos de sus pollos en tarro había tenido ese sueño revelador, y ahora estaba montada en el coche del detective Villarino, para desvelarle todo el misterio a cambio de una cena en el restaurante más lujoso de Tulancia.
Por el camino la Dra. di Forbole iba pensando en como le iba a contar al detective Villarino, que, a lo largo del día y, a medida que realizaba sus tareas y se preparaba para la cena, se había olvidado poco a poco del sueño de la noche anterior y ahora ya no recordaba quien era el asesino. Esto iba pensando mientras miraba por la ventanilla, cuando de repente vio algo que llamó su atención.
-¡Pare, detective!- gritó.
El detective Villarino paró sobresaltado y Futilia Ester bajó del coche, dirigiendo sus pasos hacia una cafetería estilo americano años 50. Johnny Guillemmo la siguió. La cafetería se llamaba Il Gratisso.
En el interior de la cafetería se encontraba su dueño limpiando el mostrador, Alberto Gino Tagliatella da Nicola, y sus dos camareros, Vitorino della Constanza y Carmellinna Isplota Misplo. El resto del restaurante estaba vacío.
-Estábamos a punto de cerrar- dijo Alberto Gino- así que si quieren algo dense prisa.
-¿De donde sacó el nombre del local?-preguntó Futilia Ester
-Es una larga historia- comenzó Alberto Gino- lo cierto es que yo quería poner un restaurante italiano y nombrarlo con alguno de mis apellidos, pero todos los nombres estaban ya cogidos, y no se me ocurría ningún otro. Estaba a punto de llegar el día de la apertura, y por esos tiempos yo tenía contratada a una estudiante de la facultad de veterinaria, una tal Manolettina.
Tanto el detective Villarino como la Dra. di Forbole se estremecieron al oir ese nombre, pero Alberto Gino prosiguió su relato:
-Manolettina me propuso que ya que no teníamos nombre, el día de la inauguración podríamos colgar un cartel de bienvenida en el que ofertáramos gratis la guarnición de cada plato. En un primer momento yo apoyé la moción, y Manolettina se tiró toda la tarde haciendo un cartel precioso. Pero yo, a medida que pensaba en la idea, me cagaba más en todo, porque yo cocino por dinero, y no me hacía gracia andar dando cosas gratis. Así que cuando Manolettina acabó el cartel, decidí pintar al final de la palabra GRATIS la cara del cuadro del Grito de Munch (no me queda muy claro porqué), y me salió algo muy zafio, que no era una cara ni era nada, y al final parecía que ponía GRATISO. A mi el nombre me gustó, pero Manolettina se encendió de ira, tiró su delantal, y abandonó para siempre como camarera.
Al otro lado del restaurante, mientras fregaba el suelo, Vitorino ponía la oreja para no perderse detalle de aquel asunto... ¡taaan turbio!
Por el camino la Dra. di Forbole iba pensando en como le iba a contar al detective Villarino, que, a lo largo del día y, a medida que realizaba sus tareas y se preparaba para la cena, se había olvidado poco a poco del sueño de la noche anterior y ahora ya no recordaba quien era el asesino. Esto iba pensando mientras miraba por la ventanilla, cuando de repente vio algo que llamó su atención.
-¡Pare, detective!- gritó.
El detective Villarino paró sobresaltado y Futilia Ester bajó del coche, dirigiendo sus pasos hacia una cafetería estilo americano años 50. Johnny Guillemmo la siguió. La cafetería se llamaba Il Gratisso.
En el interior de la cafetería se encontraba su dueño limpiando el mostrador, Alberto Gino Tagliatella da Nicola, y sus dos camareros, Vitorino della Constanza y Carmellinna Isplota Misplo. El resto del restaurante estaba vacío.
-Estábamos a punto de cerrar- dijo Alberto Gino- así que si quieren algo dense prisa.
-¿De donde sacó el nombre del local?-preguntó Futilia Ester
-Es una larga historia- comenzó Alberto Gino- lo cierto es que yo quería poner un restaurante italiano y nombrarlo con alguno de mis apellidos, pero todos los nombres estaban ya cogidos, y no se me ocurría ningún otro. Estaba a punto de llegar el día de la apertura, y por esos tiempos yo tenía contratada a una estudiante de la facultad de veterinaria, una tal Manolettina.
Tanto el detective Villarino como la Dra. di Forbole se estremecieron al oir ese nombre, pero Alberto Gino prosiguió su relato:
-Manolettina me propuso que ya que no teníamos nombre, el día de la inauguración podríamos colgar un cartel de bienvenida en el que ofertáramos gratis la guarnición de cada plato. En un primer momento yo apoyé la moción, y Manolettina se tiró toda la tarde haciendo un cartel precioso. Pero yo, a medida que pensaba en la idea, me cagaba más en todo, porque yo cocino por dinero, y no me hacía gracia andar dando cosas gratis. Así que cuando Manolettina acabó el cartel, decidí pintar al final de la palabra GRATIS la cara del cuadro del Grito de Munch (no me queda muy claro porqué), y me salió algo muy zafio, que no era una cara ni era nada, y al final parecía que ponía GRATISO. A mi el nombre me gustó, pero Manolettina se encendió de ira, tiró su delantal, y abandonó para siempre como camarera.
Al otro lado del restaurante, mientras fregaba el suelo, Vitorino ponía la oreja para no perderse detalle de aquel asunto... ¡taaan turbio!
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