Vitorino della Constanza lo tenía todo pensado: llevaba meses preparando esa fiesta y sabía que ese era el momento para dar el salto al estrellato en la elitista sociedad juvenil de Tulancia. Él en el fondo era un simple camarero que había conseguido una beca de estudios de formación profesional en la facultad de veterinaria como cuidador de delfines (que hacían "¡fui, fuiu!") y cangrejos. Solo de esa manera podía ser incluido entre los más inn.
Sus espectativas eran simples: dar una fiesta en la que cundiera el descontrol generalizado, regada con el alcohol y - según palabras textuales - se llevaran a cabo todo tipo de juegos erótico festivos. Todos estaban invitados, incluidos los miembros del grupo B. Vitorino, que en el fondo de su corazón singleladyzado, tenía un punto maquiavélico y meigoso, se había ocupado de que sus dos compañeros de piso, unos estudiantes de matemáticas miembros del club de ajedrez, recibieran una misteriosa carta que les invitara a pasar ese fin de semana en una casa instalada en una pequeña isla cerca de la costa. Pero esa es otra historia, y debe ser contada en otro momento.
Todos los invitados acudieron, y Vitorino se sintió por unos minutos el rey del mambo. Juegos, risas, diversión... y la clásica sesión de fotografías de fiestas pasadas que Eva María traía siempre en su cámara. Vitorino ya era uno más, estaba disfrutando de todo lo que veía, por una vez no se sintió un niño perdido. Pero de pronto, al ver una foto de grupo, Vitorino se quedó muerto (no literalmente, pues no olía a salmuera). Arrebató la copa de su íntima Carmellina, se la bebió de un trago, y se retiró a su habitación. Tras revolver en los cajones, encontró un antiguo album de fotos polvoriento. Rebuscó entre sus páginas y encontró una foto robada, una foto con unas palabras manuscritas, unas foto que recibió hace años por correo: era la foto de su hermana secreta a la que llevaba buscando años, la misma chica que había visto en esa foto en el ordenador.
En ese momento se apagaron las luces, y pasados unos segundos, se oyó un grito mortal en el salón.
FIN DE LA SEMANA ESPECIAL VIPIFIES
Sus espectativas eran simples: dar una fiesta en la que cundiera el descontrol generalizado, regada con el alcohol y - según palabras textuales - se llevaran a cabo todo tipo de juegos erótico festivos. Todos estaban invitados, incluidos los miembros del grupo B. Vitorino, que en el fondo de su corazón singleladyzado, tenía un punto maquiavélico y meigoso, se había ocupado de que sus dos compañeros de piso, unos estudiantes de matemáticas miembros del club de ajedrez, recibieran una misteriosa carta que les invitara a pasar ese fin de semana en una casa instalada en una pequeña isla cerca de la costa. Pero esa es otra historia, y debe ser contada en otro momento.
Todos los invitados acudieron, y Vitorino se sintió por unos minutos el rey del mambo. Juegos, risas, diversión... y la clásica sesión de fotografías de fiestas pasadas que Eva María traía siempre en su cámara. Vitorino ya era uno más, estaba disfrutando de todo lo que veía, por una vez no se sintió un niño perdido. Pero de pronto, al ver una foto de grupo, Vitorino se quedó muerto (no literalmente, pues no olía a salmuera). Arrebató la copa de su íntima Carmellina, se la bebió de un trago, y se retiró a su habitación. Tras revolver en los cajones, encontró un antiguo album de fotos polvoriento. Rebuscó entre sus páginas y encontró una foto robada, una foto con unas palabras manuscritas, unas foto que recibió hace años por correo: era la foto de su hermana secreta a la que llevaba buscando años, la misma chica que había visto en esa foto en el ordenador.
En ese momento se apagaron las luces, y pasados unos segundos, se oyó un grito mortal en el salón.
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