Manolettina Frigore Stacatto había pertenecido hacía mucho tiempo al famoso "grupo B" de la facultad de veterinaria de Tulancia. Había llegado a hacer todo tipo de perrerías a los animales, se había convertido en la lider de todos ellos: era maquiavélica.
Sin embargo, las drásticas terapias cognitivo-conductuales a las que fue sometida consiguieron convertirla en una persona decente, borrar las perversiones de su cerebro, y lograr que abandonara sus prácticas de destrucción.
Antes de marcharse, y a petición de sus antiguos compañeros de fechorías, dejó como nuevo lider a Javiero Daniello. Cuando Oscario Luis Alfredo, irritado por tal decisión, ya que de siempre había ansiado ser el jefe del grupo, preguntó que cual sería su cometido, Manolettina se limitó a responder:
-¿Tú? Tu te ocuparás de los bichitos.
¿Bichitos? A él lo que le gustaban eran los grandes mamíferos, los artrópodos eran caca-futy.
Manolettina, con el fin de acabar su terapia y huir de malas influencias, huyó a paradero desconocido, en plan programa de protección de testigos, e incluso cambió su nombre y apellidos, pasándose a llamarse Angelina Jennifer del Buen Perdón para pasar desapercibida. Se instaló en Londres y durante años fue feliz.
Sin embargo, ese día, cuando el timbre sonó y al abrir la puerta se encontró cara a cara con el detective Johnny Guillemmo, sabía que sus días de tranquilidad y calma habían acabado para siempre.
El detective Villarino no paró de hacerle preguntas de todos los componentes del grupo B, preguntas supercomplicadas sobre sus hábitos y costumbres, sobre su vida anterior. A Manolettinna le costaba evocar todos esos recuerdos que había guardado en lo más profundo de su alma durante tantos años y que ahora salían como un caballo desbocado, como uno de esos caballos que ella misma en su día hibridó con un orangutan.
-Está bien- dijo de pronto exhausta Manolettina- no pienso tirar tantos años de terapia por la borda. Le diré lo que quiere saber, detective. Semanas antes de que yo concluyera mi terapia de rehabilitación, llegó a la facultad una feliz muchacha que no paraba de canturrear y bailar. Sí, lo ha adivinado, esa muchacha no era otra que Tracy. Nos volvía locos a todos, que si buenos días Tulancia por aquí, que si buenas noches Tulancia por allá. Sin embargo, algo me resultó extraño. En condiciones normales esa situación habría sacado de quicio a Oscario Luis Alfredo, pero misteriosamente parecía bastante contenido. Yo no entendía porque, así que realicé mis pesquisas y un día, aprovechando el revoltijo montado por un grupo de teatro de la facultad, me colé en los archivos. Fue en ese momento cuando descubrí que Oscario Luis Alfredo se encontraba, al igual que yo, en un programa de protección de datos, y que su nombre en realidad era Pascasio Turnblado. Sí, detective: Tracy y Oscario eran primos.
Con estas declaraciones, el detective Villarino se dió por satisfecho y se marchó. Manolettina, removida por todos los recuerdos, acudió al cajón secreto de su escritorio, y sacó una pequeña cajita que contenía un dedal de plata, el dedal que le había regalado antes de marcharse su verdadero amor, un dedal que nunca usó.
En ese momento, y entre lágrimas, se puso el dedal en su dedo índice, pero al introducirlo notó un pinchazo. Cuando se llevó el dedo a la boca para limpiar la sangre, percibió ese familiar sabor a salmuera y supo que todo había terminado.
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