Elisa Antonia no había pasado más miedo en su vida. Se encontraba perdida por los pasillos del abandonado Hospital Porta di Ferro. No sabía en que momento había dejado de oir las voces de sus amigos que seguían de fiesta por los quirófanos del lugar. ¿En que momento decidió ir al baño sola? ¡Con todas las historias y leyendas que corrían en torno a ese lugar! La desaparición de Tracy, una de sus compañeras de la facultad, de siempre se había vinculado con ese sitio. Elisa Antonia no paraba de repetirse las palabras tranquilizadoras que le había dicho su profesora y amiga Futilia Ester antes de acudir a a la fiesta:
-¡Que todo lo que ocure en el Hospital Porta di Ferro es para diversión de los que allí ingresan!
Sin embargo no podía dejar de tener miedo, y cada mínimo ruido que oía le parecía que eran pasos. Hasta que de pronto se dió cuenta de que alguien la seguía, y comenzó a correr en todas direcciones. Cada vez estaba más perdida. Los pasillos parecían un laberinto de pasiones que no se dirigía a ningún lugar, hasta que de pronto pisó unas tablas podridas del suelo y cayó a un sotano. Su caida fue amortiguada por miles de colchones y camas rotas polvorientas.
En ese momento su colgante en forma de medio corazón, único legado de su madre, cayó cerca de una rendija en el suelo. Con el golpe debió activarse una especie de mecnismo secreto, y cual si de La Guerra de las Galaxias se tratara, un holograma de su madre Carmen Dorotea apareció ante sus propios ojos.
-Hola, Elisa Antonia- le dijo.
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Maddalena Eufrasia estaba como loca buscando a su amiga por todo el hospital. A pesar de su temor de encontrarse a chinos por el camino, sus peores enemigos, que de pequeña la raptaron y esclavizaron para tocar canciones de Richard Clayderman con una flauta travesera en su restaurante, salió en busca de Elisa Antonia.
Finalmente, encima de una montaña de colchones, la encontró tendida sin sentido, traspuesta. Cuando logró que despertara, la miró con horror.
-¡Maddalena Eufrasia, Maddalena Eufrasia, que mal lo he pasado!
Antes de marcharse Elisa Antonia se detuvo a recoger el colgante, pero había desaparecido. Atemorizada total, agarró a Maddalena Eufrasia por la mano y ambas huyeron despavoridas.
CONTINUARÁ
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