domingo, 5 de abril de 2009

Capitulo 4 2ª Temporada Reencuentros en la tercera planta

Crisitana Rolanda avanzaba por el pasadizo que había mandado construir entre su casa y el hospital Porta di Ferro una y otra vez, adentrándose cada vez más en las entrañas de esa extraña construcción, evitando las fieras que sus compañeros del grupo B habían soltado por su interior en busca de alguna pista sobre el paradero de Jackippieto Juludrini, porque aunque se había hecho amiga e incluso la líder del grupo B sabía que los posibles culpables eran los propios miembros del grupo.
Al llegar a una zona en la que nunca había estado, en una habitación cerrada descubrió que las paredes estaban completamente llenas de la misma extraña frase escrita con sangre y la escritura era la de Manoletina. Decía: "ositarg etsirt, ositarg ergela" en distintos tamaños, los leyó buscándoles un sentido cuando descubrió que la letra de una de las frases era la letra de Jackippieto, la misma con la que le había escrito tantas y tantas canciones de amor (Juladas). Sin darse cuenta de lo que hacía, empezó a sacar un pañuelo de un saquito que llevaba en la cintura  para enjuagarse una lagrimilla, cuando unos polvos de ralladura de cuerno de torounicornio cayeron sobre su cuerpo y sin darse cuenta al volver a mirar, se encontró en los pasillos de la facultad. A lo lejos distinguió una figura conocida, Jackippieto Juludrini ataviado sólo con una sábana salía del cuarto de Caritas, la jefa de limpiadoras. De pronto notó la boca seca y una cómoda humedad en sus labios y salió corriendo hacia su enamorado que al verla le gritó:
-Cristiana Rolanda, amor mio, no te acerques, no te conviene. Puede ser fatal para tí.
Pero ella no quería oir hablar de peligros. Ella era la más peligrosa de toda la facultad y lo había demostrado. Bajó las escaleras a toda velocidad y se abrazó a su amante. 
Lo que pasó a continuación no vamos a describirlo por ceder algo a la intimidad de dos amantes que se reencuentran y por evitar problemas a los diabéticos. Fue la escena más romántica y torrrida que el escritor ha imaginado nunca. Cuando estaba al fin satisfecha, Cristina Rolanda se dió la vuelta y dijo:
-Julián, ahora te das cuenta de lo que te he echado de menos- pero a su lado sólo había un charco de sangre. Buscando a su amante herido comenzó a limpiarse el sudor y descubrió que la sangre manaba de su propia cabeza. Sin saber que hacer, Cristiana Rolanda despertó de su sueño sudando como un pollo del caribe... y con una extraña sensación en la entrepierna.
Cuando se despertó, se vistió y fue a ver Leyre Cristina Lerele Lirolai Sorondongo, la enfermera de la facultad, que sabía interpretar sueños premonitorios

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