Todo el mundo en Tulancia coincidía en que la facultad de veterinaria era siniestra, especialmente por la noche. Ni los más valientes se atrevían a adentrarse en sus enrevesados corredores en soledad pasada la medianoche. El misterioso silencio lo invade todo, solo cortado por el inquietante zumbido de las miles de neveras colocadas a distreción por los pasillos. Corrían todo tipo de leyendas urbanas alrededor de la facultad, y desde las recientes muertes acaecidas en los alrededores, los rumores se habían reforzado, especialmente después del hallazgo del cuerpo de Tracy.
Sin embargo la Dra. di Forbole caminaba a sus anchas por todo el campus, a cualquier hora, ajena al miedo. Ella era feliz con sus investigaciones, parecía vivir en otro universo paralelo donde nada de eso era real. En su opinión todo eso era una patochada
novelesca inventada por los estudiantes y los habitantes de Tulancia, cuyas vidas eran tan aburridas que se dedicaban a contar historietas de ese tipo.
Ese día se encontraba clasificando su colección de embriones de pollo, en su pequeño laboratorio, que se encontraba en uno de los lugares más siniestros de toda la facultad: la central térmica. La Dra. di Forbole, a pesar de su juventud, tenía un curriculum impecable, y había entrado en la facultad por la puerta grande. Sin embargo, ante la escasez de espacio, tuvieron que habilitarle un extraño cuartazo en dicha central para que desarrollara sus proyectos. Los estudiantes, a pesar de que eran fans de la doctora, sentían como se estremecía su cuerpo cada vez que tenían que ir a visitarla a ese lugar. Ella, por el contrario, se estaba en su salsa y encontraba el sitio de lo más acogedor.
Mientras ordenaba los tarros de embriones tuvo lugar un pequeño temblor sísmico, común en Tulancia al tratarse de una zona volcánica, y varios frascos se estrellaron contra el suelo derramando todo el formol. La Dra. di Forbole corrió rápidamente a salvar a sus pequeños pollos embrionarios, pero los vapores formólicos que comenzron a emanar hicieron que en pocos segundos se quedara sopinstant.
De pronto se encontró en una extraña sala, llena de butacas, y con un telón rojo. Sonaba una música misteriosa. Del telón de pronto salió Tracy, sonriente, pero era extraño porque no cantaba ni bailaba como ella solía hacer. Futilia Ester, la Dra. di Forbole, se encontaba sentada en un sofa, pero de pronto notó que debajo de ella se movía algo, y de entre los cojines apareció un extraño ser gomaespumoso, que ya estaba allí antes de que ella llegara. Este ser si que bailaba, pero no se le entendía al hablar, solo decía:
-etsirt ositarg, ergela ositarg.
La Dra. di Forbole despertó de pronto envuelta en sudor y de nuevo sola en su laboratorio. Se levantó tambaleándose y marcó en su teléfono el número de la agencia de detectives DiCappo:
-Páseme con el inspector Villarino- dijo con tono de misterio y poniendo ojitos -ya se quien mató a Tracy.
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